DIARIO DE UNA HUMANA (VI)

jueves, 19 de marzo de 2009

 

DIARIO DE UNA HUMANA (VI)

Mi madre se llamaba Louisiane en honor de la tierra que me vio nacer; vivió poco, no llegué a conocerla pero seguro que, si me viera ahora, pensaría que estaba loca de remate. Lo estoy. Muy loca. Si no, no se explica el porqué de mi comportamiento.

Ayer pasé de largo por Baton Rouge; Doscientos veinticuatro mil noventa y siete habitantes vieron pasar a toda velocidad un viejo Land Rover viejo como el demonio y cuya pintura verde ofrece unos serios desconchones... tengo que alejarme lo máximo posible. Mi idea es llegar hasta la frontera, al oeste, y entrar en Texas. Arkansas no me parece una buena idea, ni me la ha parecido desde el principio: está infectada de vampiros. Y lo que menos quiero ahora es que alguien me vea y le vaya con el cuento a Eric. Tengo que poner mucha tierra de por medio.
Cuento con una ventaja: el tiene que descansar, invariablemente le guste o no, por el día. Debe dormir dentro de tierra y no puede salir a menos que quiera que el sol le achicharre su preciosa piel y funda en un segundo su magnífico cabello... creo que es la única cosa que Eric Northman tiene que hacer a pesar de que no quiera. Se le da muy mal obedecer pero, ah, chico, esto es distinto: se trata de que no acabe como un manchurrón quemado en la hierba. No hay otra alternativa.
Así que viajo por el día, lo más velozmente posible, y por las noches duermo unas cinco horas aproximadamente, siempre en moteles de carretera. Me acuesto a las nueve, cuando el sol se oculta y se que él se ha levantado: si estabilizo mis constantes vitales (es decir, no me muevo como un condenado demonio de aquí para allá), a él le costará más localizarme. Su sangre está en mí, no lo olvidemos... cuando llegan las tres de la mañana ya estoy en pie y vestida en un santiamén. Y continuo mi camino.
En cuatro días he recorrido una barbaridad de kilómetros. Ni siquiera creo que me sienta segura cuando llegue a Texas, así que si debo continuar lo haré aunque me salga del país entero y acabe en el Japón. Incluso eso es mejor que nada.
Si no pienso, todo va mejor. Intento relajarme mientras el paisaje verde, profundo, el aroma especiado y picante de Lousiana, se me mete en la nariz. Desde que tomé la sangre de Eric hace tres días, los olores parecen más intensos. En realidad, todo parece más intenso, y la gente que está a mi alrededor percibe algo que no sabe que es pero que les atrae y les repele al mismo tiempo. Es como si sintieran deseo de mi voz, de mi cabello, mi piel, mis ojos... pero no se atrevieran a acercarse. Todo en mi les atrae sin remedio.
La maldita sangre de Eric...
Muevo los pies descalzos sobre el acelerador. Piso un poquito más a fondo... me encanta la sensación de la velocidad. Me alejo a toda prisa y eso es bueno. Muy bueno.
Si echo los ojos atrás, a la noche en la que bebí de Eric, todo se vuelven recuerdos confusos. Recuerdo que, de pronto, estaba muy cansada.. y su cuerpo tras el mío, abrazándome con cierta posesión y cierta fuerza... a lo largo de la noche me desperté, me dormí... volví a despertarme... a veces sentía solo su cuerpo inmóvil (el estaba en su tiempo de refrigeración, el que necesitan todos los vampiros para poder recuperar fuerzas) y a veces sentía sus labios besándome con suavidad el cuello para luego arañarme con los colmillos despacio... pero sin herirme. Sus dedos vagaban de mi vientre a mis pechos, jugueteando como si no supiera que lo estaba haciendo con mis pezones... curiosamente me calmaba. Más que excitarme, me calmaba.... luego mi voz reclamándole, la suya susurrandome que durmiera... y luego el sol entrando por la ventana. Su ausencia. No estaba.
Recuerdo que permanecía en la misma posición en la que me dormí, por lo que todo el puto cuerpo me dolía de una maldita forma... aún no eran ni las siete de la mañana y el sol era abrumador; en la casa había tal silencio que, joder, me sentí fuera de lugar... una aprensión muy grande me oprimía el pecho mientras recogía mis cosas silenciosamente, aireaba la habitación que olía a sexo crudo y primitivo y hacía la cama. Y mientras llevaba a cabo todas estas tareas, lo tuve muy claro.
Lárgate, Sue. Lárgate pero ya.
Tenía que poner los pies muy lejos de allí. Eric había venido a mi tres veces seguidas, ¿quien me aseguraba que no vendría una cuarta...? y lo peor es que podían pasar mil cosas infinitamente más chungas que haberme bebido su sangre, haber sido mordida y marcada por todas las partes posibles de mi cuerpo y haber entrado en un estado de letargo casi con él en mi cama. En mi casa. No se que podría ser lo siguiente que pudiera ocurrir entre nosotros pero una oscura amenaza se cernía sobre mi corazón: tenia que salir de ahí lo antes posible.
Abandonar mi pequeño pueblo en Louisiana, tan lleno de vampiros y otros seres que no pretendía ni por asomo conocer pero cuya existencia había llegado a mis oídos, me parecía la mejor opción. La más pausible; sin embargo, tambien significaba abandonar todo lo por mí conocido, dejar la tumba de mi madre, dejar mi trabajo, dejar mis amigos, dejar a Sarah... Sarah, que tardaría dos días más en volver -las celebraciones bajo la luna llena es lo que tienen- y, cuando lo hiciera, se encontraría una casa vacía y una fría nota de mi puño y letra prometiendo volver.
Pero ella sabría inmediatamente que, de momento, no pensaba hacerlo y que estaba en serios apuros. Sobre todo a la hora de pedirle que no se mezclara mucho con la gente por la noche, que no atendiera a vampiro alguno en el Merlotte y que procurara protegerse. Conociéndola tan bien como la conocía, sabía que ella pediría unos días -más de dos, menos de quince- para poder ocultarse lo suficiente con sus hermanas del Coven. También sabía que Eric la buscaría.
Eric parecía saber todo de mi.
Asi que serían aproximadamente las ocho de la mañana cuando salí de mi casa, con la aprensión oprimiendome el corazón como una fría garra pero a toda prisa. Cerré y me fui sin mirar atrás. Dos horas depués estaba llegando, a toda velocidad, a Alexandria, Hammond, New Iberia y Luling. Cinco horas después había dejado atrás Opelousas, Morgan City y West Monroe.
Aquella noche dormí en un curioso motel de caterreta cuyo nombre no recuerdo y que resultó hasta agradable por sus sábanas suaves y su ausencia de chinches, cucarachas y otros bichejos que me habrían echo dar un salto hasta el techo. Sobre las dos de la mañana me desperté bañada en un sudor frío, gritando: Eric estaba furioso. Podía sentirlo en cada célula de mi cuerpo. Había ido a buscarme, sabiendo que algo iba mal, y se encontró con la casa vacía y cerrada. Sin rastro de Sarah ni de mi. Había roto una ventana violentamente y se había colado dentro, buscándome. Solo encontró oscuridad. Salió blasfemando de una manera horrorosa, alejándose a toda prisa y casi sin moverse apenas en dirección al Fangtasía. Yo podía ver todo esto como si estuviera sentada delante de un televisor, incluso podía ver como las cortinas de muselina blanca se agitaban en la noche como blancos fantasmas... probablemente, nos robarían. Aquella ventana abierta era una invitación a gritos.
Como también sabía que el estaba rastreándome, por el olfato, por la fuerza de su sangre en mis venas... así que dí una patada a la ropa que se me enredaba en mis piernas y salté de la cama. Me largué de allí a toda prisa, recogiendo mis pertenencias y sin darme una ducha, pese a estar empapada en un sudor frío y viscoso. Quería alejarme lo antes posible. Lo más rápido posible. Lo más lejos posible.
El me encontraría. De eso estaba completamente segura, tan segura como de que acabaría bajo sus caderas en el preciso momento que el considerase que esto debía ser así, pero aún así y con todo yo debía largarme. No se lo iba a poner fácil. Lo que menos quería en ese momento era encontrarme con el Sheriff del Area 5. Como no quiero encontrármelo ahora mismo.
Por la mañana la cosa fue mejor... desayuné un café largo, estilo New York, y me comí un "bagle"... también estilo New York. Mientras desayunaba en el Starbuck, con las manos apoyadas sobre la mesa, dejé vagar la mirada hacia la extensión que se ofrecía ante mí: una calle transitada, coches, ruido, contaminación, gente que subía y bajaba, sol...
Vida.
Estoy metida en un buen lío. Joder si lo se y maldita la puta gracia que me hace, pero es así. Culpa la tiene mi encoñamiento, culpa la tiene mi cabezonería y culpa la tiene ese olor especial que debí desprender aquella funesta noche que Eric mencionó en la cual yo había parecido "apetecible, apetitosa" y le resultaba imposible dejar a una mujer en esas condiciones... ¡joder! ¡Joder, joder! Si, y precisamente por eso estoy metida en este atolladero: por joder. Por joder con él.
Hay muy pocas veces que me permito cerrar los ojos y recordarle en esas dos memorables noches que me poseyó como un salvaje, pero esta es una de esas veces. Aún me parece oler su aroma a supermacho, estilo "Old Spice" o "Cool Water" (sí, quizás "Cool Water". Aunque sean las dos ya antiguas, "Old Spice" es un poco decadente)... ver sus ojos azul topacio, como dos piedras talladas, fijos en mi... sus manos grandes y fuertes abarcar mis pechos como si fueran nada... si.
Igual hasta le añoro un poquito.
Pero añorarle me puede meter en un serio problema, más serio aún del que ya tengo y más serio aún del que empecé a crearme yo solita el primer día que puse un pie en el Fangtasía.
Si no aprendo... muero.
Son las cinco de la tarde; en breve tendré que irme a dormir. Hoy estoy tan sumamente cansada que no creo que espere ni hasta las ocho y media, aunque luego me levante antes: he sentido a Eric todo el día, con tanta fuerza y tanta violencia que me han dado ganas de ponerme a chillar pateando el suelo del supermercado donde he entrado a por unas manzanas y un litro de zumo de naranja. Finalmente han sido dos: estoy sedienta la mayor parte del tiempo, y esta sensación de tener la garganta como un hueso viejo expuesto demasiado tiempo al sol no parece mejorar. Ni aunque beba litros y libros de lo que sea.
La mayor parte del tiempo que siento a Eric se reduce a una sensación increíble que me rodea todo el cuerpo pero no es un pensamiento concreto. Solo es una oleada de furia, de rabia incontrolable, que llega a mi cabeza de pronto y la ocupa de tal manera que no hay sitio para nada más; pero tengo la sensación de que, en el momento en el que le escuche hablar o forme frases coherentes y con sentido, estaré perdida porque se encontrará más cerca de mí. Esa idea se me hace intolerable, me entra un pánico ciego cada vez que lo pienso... si consigo apartar de mi ese terror incontrolable, podré avanzar más. Podré avanzar más, podré escapar de el. Solo si consigo dominarme...
Vamos, Sue. Si lo sabes, tu misma te lo acabas de decir hace cinco minutos: te acabará encontrando. Donde quiera que vaya, donde quiera que te escondas no servirá de nada. Eric acabará dando contigo.
He parado en un restaurante que he encontrado al borde de la carretera, casi oculto entre unos avellanos, y me he aseado un poco en el baño. He sujetado mi cabello en la coronilla (son las siete de la mañana y hace un calor infernal ya), y me he puesto un vestido color marrón muy oscuro. Me he remojado la nuca con el agua, mientras algunos mechones rebelde empiezan a escapar del moño... miro la amatista que brilla entre el agua y mis dedos, como un gigantesco ojo violeta... cierro el grifo, me cambio las chanclas por otras con suela más consistente y meto la ropa sucia dentro de la bolsa que tengo para ese fin. En el proximo motel de carretera que tenga lavandería haré la colada. Mas o menos como he venido haciendo todo este tiempo.
Sus ojos azules...
Sacudo la cabeza. Joder, Sue, ya está bien, coño, ya basta... si sigues pensando en el de esa manera te va a encontrar antes de lo que piensas. Va a ser tan sencillo para el como chasquear los dedos: un solo pensamiento y lo tendrás aquí arrancándote las bragas. Y recuerda lo que pasó con las últimas... que siguen sin aparecer. Definitivamente.
Con un suspiro, salgo del aseo y entro en el salón. Hay poca gente. En la barra están sirviendo cervezas frías mientras que un par de personas se abanican perezosamente con un periódico. Hasta las moscas sienten tal pesadez que no revolotean apenas. Me siento en una de las mesas, dispuesta a comer algo consistente aunque mi estómago apenas tolera bien la comida desde... desde...
Desde que tomaste su sangre. Dilo. Así de simple. Se admite y punto.
Hay que joderse....
Frunciendo el ceño miro atentamente la carta, con el bolso cruzado sobre mi pecho y descansando en mis rodillas. Lo que menos espero es que me roben ahora... sinceramente, es lo que menos falta me hace. La bolsa con la ropa sucia está a mis pies.
-¿Que quieres, ricura?
Alzo los ojos y miro al hombre enorme que está masticando un chicle -creo- y me mira con aire indiferente. Es gordo, de pelo ralo y frente brillante. Sus ojillos pequeños están esperando para escribir ágilmente.
-Tienen de todo -le contesto, evitando el tuteo deliberadamente.- ¿Que me recomienda?
-¿Te gusta la carne o eres de pasto? -evidentemente, el tuteo le importa un cojón. Va seguir hablandome en el mismo tono impersonal que debe usar para todo el mundo.
Cierro la carta y se la entrego.
-Traigame lo que quiera -le digo.- Estará bien.
El se encoje de hombros, toma la carta y se da media vuelta, encaminándose a la barra. En ese momento le detengo.
-Lo que sea pero con mucha salsa de tomate -le digo con voz trémula.
Esa espesura y ese sabor dulzón, ese color rojo intenso, me ha recordado la sangre de Eric.
Con un suspiro frustrado, me froto los ojos. Joder, esto es demasiado.
Es ya noche cerrada cuando encuentro el motel y hago la colada. Me siento sobre la lavadora, esperando y riéndome tontamente con las vibraciones que hace el centrifugado: cuando era niña siempre le pedía a mi madre que me subiera encima de nuestra lavadora, la cual estaba tan estropeada que centrifugaba andando por toda la cocina. El recuerdo me embargó el alma, me pone triste, me encoge el corazón.
Hacia las diez de las noche, subo a la habitación dispuesta a descansar. Ha sido un día duro, en una carretera endiabladamente cansina, llena de baches y muchos traqueteos. Mi cuerpo entero está dolorido, y lo está cada vez más. Según me alejo más, más me duele.. supongo que tiene que ser la llamada de su sangre.
No tendría sentido de otro modo.
La noche se me hizo eterna y no pude descansar, así que a las cuatro de la mañana -y con un agotamiento impresionante- me arrastré de la cama y comencé a empacar todas mis cosas. Me esperaba una dura jornada, alejándome nuevamente de mi pueblito, el Fangtasía y Eric. Y todos juntos. Además, debía comprar una nueva tarjeta telefónica ya que había roto la que siempre he usado. No quiero que él me localice a través de mi antiguo número de teléfono.
Decido tomarme un café y un sandwich antes de ponerme en marcha. Va a ser una jornada larga, como digo.
El tipo grasiento de ayer se ha ido y en su lugar se encuentra una mujer sumamente atractiva. Roza la cuarentena, y su cuerpo es fuerte, lleno de vida. Lo demuestra mientras limpia vigorosamente la barra... sus ojos son verdes, cambiantes. Su cabello, negro y espeso, parecido al mío. Me mira con una medio sonrisa. Su nariz está salpicada de pecas.
-¿Un sandwich? -me dice alegremente.
La miro sorprendida.
-Pues... si -contesto parpadeando. Caray, ha debido leerme el pensamiento o algo parecido.- Y un café.
-¿Fuerte, verdad?
Me dan ganas de gritarle "¿pero tu quien eres?", y sin embargo no lo hago.
-Si, fuerte -le contesto. El sol comienza a asomar por las ventanas mientras ella me sirve el café en primer lugar.
Lo tomo con aire contrito, pensativo, esperando al sandwich.
-¿Como te llamas? -me pregunta de pronto, sacándome de mis pensamientos.
-Suzanne -le respondo, mirándola de arriba a abajo.- ¿Y tu?
Ella se da la vuelta y recoje el sandwich que le acaban de dejar el sandwich estilo Cajún (pechuga de pavo, dos cucharadas de margarina Fleischmann's Original en barra, cebolla, pimienta picante, cheddar regular, pimiento verde) y me lo deja enfrente. Huele maravillosamente bien.
-Tienes aspecto de no haber descansado bien, Suzanne -contesta, mientras me deja un cuchillo y un tenedor, junto con una servilleta, al lado. La despliego mirándola con desconfianza.
-No he dormido mucho.
-¿No te ha gustado mi hotel?
Enarco una ceja. ¡Caray!, ¿esta tipa bella es la dueña del hotel...?
-Y del restaurante -se adelanta a mis pensamientos.
Miro un momento el letrero que brilla encima de ella. Tienen una réplica exacta al que está colgado, en neón brillante y rojo, afuera.
Rose.
-¿Ese es tu nombre?
La sonrisa de ella se apaga un tanto, aunque no deja de ser preciosa e intensa.
-Rose era mi hija -un incómodo silencio se instala entre las dos.- Come -ella de pronto hace un gesto con la barbilla hacia el sandwich.- Que se enfría.
Con gesto ausente, empiezo a cortarlo mientras la miro con creciente curiosidad. Ha acaparado totalmente mi atención.
-Está muy bueno -murmuro, con el bocado de comida a un lado.- ¿El hotel es tuyo entonces?
-Y el restaurante -asiente ella con una sonrisa.- Hace años que los tengo.
-¿Y te va bien?
Su sonrisa se amplía aún más.
-Juzga por ti misma.
Miro en derredor: está empezando a llenarse, y son tan solo las ocho de la mañana.
-Veo que si -le devuelvo la sonrisa automaticamente. Es imposible no sonreir ante alguien con una sonrisa a su vez tan contagiosa.- La verdad es que está muy bien.
-Lo mío me cuesta... todo esto exige mucho sacrificio, y la verdad es que hace años que lo llevo solita... eso me ha hecho replantearme muchas cosas.
-¿Si? ¿Como cuales?
-Como, por ejemplo, que necesito alguien que me ayude.
Parpadeo, sorprendida. Ella sigue sonriendo, mirándome con una expresión cauta. Sacudo la cabeza.
¿Me está ofreciendo un trabajo...? ¿De veras?
Mil cosas pasan por mi cabeza a toda velocidad. Me estoy quedando sin dinero. No se a donde voy pero se que lo hago a pasos agigantados. Tengo que escapar. Eric.
Eric...
-Así que necesitas a alguien -le respondo con cautela.
-Así es -el brillo de su sonrisa se intensifica aún más.-¿Y tu? ¿Que necesitas?
-Tantas cosas... -me desinflo.- pero tengo que irme. No puedo pensar en nada más.
-¿Irte? ¿A donde?
-Donde sea -me encojo de hombros.- No lo se.
-No parece un destino muy acogedor -ella arquea las cejas mientras sigue limpiando distraídamente la barra.- Creo que esto es mejor que ir hacia ninguna parte, ¿verdad?
Un momento de silencio. Juégatelo todo por el todo, Sue.
-¿Que me estás ofreciendo? -le pregunto, aunque ya lo se.
Ella se encoge de hombros.
-Ya lo estás viendo -la mano que sujeta el trapo se mueve haciendo un arco alrededor de ella. La otra se apoya sobre la barra lustrosa y brillante.- El sueldo no es gran cosa pero te dará para vivir. Tengo mi residencia detrás justo del hotel, comunicada de la mejor que forma que ni los clientes me vean y yo pueda atenderlos en un segundo... te ofrezco una habitación allí. Puedes establecerte por un tiempo, tampoco espero que vaya a ser para siempre... pero creo que es mejor que un futuro incierto... ¿no crees?
Mirándola, pasan un millòn de imágenes por mi cabeza.. estoy harta de huir, pero no puedo hacerlo. Llevo casi una semana infernal, seis putos días en los que he perdido tanto peso como kilómetros hay ahora mismo entre Eric y yo... y estoy agotada. Sí. Y con ganas de llorar. Y queriendo derrumbarme en cualquier esquina y esconderme, y que nadie, nadie, nadie me pueda encontrar...
-Esconderse nunca es salida -susurra ella, sacándome entonces de mis pensamientos con la brusquedad de un empujón.
Parpadeando, suspiro.
-El que te haya herido de tal forma que te ha obligado a huir no se merece tu miedo, pequeña -dice ella, con aspecto fantasmal.
Es la primera vez que pierde la sonrisa. Yo sostengo sus ojos. Algo me dice que piensa que sufrí su mismo maltrato.
-Es cierto. No se merece mi miedo -le respondo con una tímida sonrisa.
Ella sonríe entonces más ampliamente y extiende su mano hacia mí, abierta, franca, fresca y suave. Femenina y llena de sinceridad.
-Me llamo Megan -dice.- Bienvenida.



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