DIARIO DE UNA HUMANA (VII)

domingo, 22 de marzo de 2009

DIARIO DE UNA HUMANA (VII)

De aquella conversación hace ya dos meses y me siento en la gloria; por primera vez, señoras, me siento completamente libre. Hace dos meses que he comenzado a respirar. Hace casi tres que me alejé de mi pueblo y de Eric.
Hace tres meses que debe estar a punto de volverse loco y de matarme.. si me encuentra.
Megan tiene razón: este sitio está tan alejado y tan escondido del mundo que hasta a un vampiro le costaría encontrarme. Por supuesto, a ella no le he contado nada, y nada sabe, pero sin embargo a veces me sorprende leyendome los pensamientos... es increíblemente perceptiva, hermosa, fuerte, buena, genial... como una madre.
Si, como una madre... aunque es demasiado joven, técnicamente hablando. Y sin embargo, se comporta de la misma forma. Me siento increíblemente protegida con y por ella...
Aquel día que le dije que me quedaba ella cambió mi vida para darle otro rumbo; me había reservado una preciosa habitación tapizada en lavanda con muebles color crema. Parecía la habitación de una adolescente... pero al llenarse con mis cosas, mi toque personal, cambió hasta parecer una habitación increíblemente femenina. No parecía mía, evidentemente, pero me sentía perfectamente cómoda y feliz en este pequeño cubículo... la primera semana pasó con todas las novedades y en las dos siguentes encontré, finalemente, mi lugar. Y mi lugar era un precioso lugar en el mundo: camarera a tiempo completo, noches en compañía de mi nueva amiga y Fred (el camarero grasiento) tomando una buena cerveza tras finalizar la jornada. Cambio los turnos cuando me parece bien, y últimamente Megan trabaja conmigo las noches de viernes, sábado y domingo que es cuando más afluencia hay. Todo está tomando otro color... un color rosa-pompa-de-jabón. Temo que la burbuja se rompa en cualquier momento.
Las noches de los viernes hay un gran ajetreo. Los peones salen de trabajar y vienen derechos aquí, al "Rose", a encontrar cerveza, buen ambiente, buena música, buenas chicas... las de la comarca no están mal. Las de alrededores mejor, y ellas parecen sumamente felices de poder encontrar apuestos machos relucientes de músculos y exhalando hormonas a diestro y siniestro. Bailan, y a veces carraspeo antes de soltar una carcajada cuando dos de ellos están tan pegados como una Oreo sin relleno. Megan suele hacer un gesto para que me contenga mientras Harvis, el camarero eventual de los fines de semana, sacude su espumadera apuntándome.
-Esa estaba bien buena -me grita sin ningún tipo de vergüenza, señalando una rubia cuyas bragas asoman por debajo de sus pantaloncitos cortos.
Yo llevo unas bermudas caídas bajo mi ombligo y una camiseta negra de tirantes donde se puede leer el nombre "Rose" bordado en fucsia a la izquierda. Aunque Megan se empeña en que lleve unas Converse para que mis pies no resulten heridos me niego rotundamente y calzo mis chanclas de suela gruesa.
Parezco una turista.
-Te la reservo -le grito mientras me acerco a una mesa con mi bandeja. Dos chicos jóvenes están esperando que les atienda.
Esta pequeña broma (esa está bien buena-te la reservo) ha conseguido que Harvis haya ligado más de una vez. Va de simpático; sabe que es guapo estilo Jason Priestley, no resulta amenazante sino confiable y risueño, como uno de esos surfistas modelos. El suelta un "yippa-yippa-hey" desde la cocina y yo, riendo, le tomo el pedido a los chavales. Me hacen una radiografía completa. Cuando me giro, Fred me hace una seña rápida, consistente en un gesto con dos dedos rectos.
Es la señal de vampiro a la vista.
Perdiendo un poco el color me acerco a toda prisa a la barra, sin girarme para que el vampiro no pueda verme. Me apoyo en la barra, crispados los nudillos sobre ella, dejando con cuidado de no hacer ruido la bandeja sobre la mesa y que el vampiro me detecte por el ruido.
-¿Donde...? -susurro.
-Junto a la puerta, recién está entrando -Fred no me mira, aparentemente muy ocupado en limpiar calmadamente un vaso de cristal.- Está mirando a un lado y a otro. Ve detrás.
Andando con tranquilidad me meto en la cocina. Una vez estoy al alcance de la vista del vampiro, le vigilo desde la puerta sin que el pueda verme a mi.
Es joven, con aspecto de estar sediento, pero no lo conozco. Aunque, claro, eso no quiere decir nada: el igualmente puede conocer a Eric.
-Algún día vas a tener que explicarnos porqué este irracional pánico a los vampiros, Sue -susurra Megan, cruzados los brazos sobre el pecho.
-Vamos, Meg... -mis ojos aletean- ¿a ti no te dan miedo?
-No como a ti.
Se perfectamente que este es el único tema que la pone furiosa. Sabe que me pasa algo pero no puede intuir qué.
Detrás de ella asoma mi guapo Harvis.
-Sue, guapa, pequeñita, debieras confiar mas en nosotros. Al fin y al cabo somos tu familia.
Suspiro mientras el hace un gesto de "lo se todo", y lleva razón: técnicamente, somos familia. Megan ha ido recogiendo pedazos de personas heridas de una u otra manera: Fred, con una oscura historia familiar ha desvelado solo parcialmente algunas veces; Harvis, despreciado y abandonado por sus propios padres solo Dios sabía porqué; Megan, brillante sonrisa parapetando el dolor de la pérdida de una hija en circunstancias desconocidas.
Suzanne perseguida por un vampiro...
-Lo se, lo se -suspiro de nuevo. Les he contado cosas sueltas, como que me persigue parte de la comunidad vampírica de Nueva Orleans (lo cual casi realmente es cierto, pues no se a cuanta gente tiene Eric realmente bajo sus filas), como que he tenido problemas por no mezclarme con ellos... pero no le he hablado del Sheriff del Area 5 ni de sus persistentes deseos por juntar su piel con la mía.
Su piel adorable... sus ojos azul topacio, brillantes... su boca... sus colmillos rozando...
-Perdonadme -susurro con un suspiro de frustración, mientras me llevo la mano a la frente contraída. De pronto hace muchísimo calor.- Tengo que salir un momento.
Me ven ir a la parte trasera de la cocina, al baño. Me miran con gesto de preocupación, pero no puedo reprocharles nada por ello: se preocupan por mí.
Son mi familia.
Inclinada sobre el lavabo me refresco la nuca y la cara. Me he acostumbrado a no llevar ni siquiera labial, mi nueva vida es tan estimulante que hace que me haya olvidado de viejos hábitos y algunas estúpidas costumbres antiguas.
Al levantar los ojos encuentro el reflejo de Meg mirandome fijamente a través del espejo.
Su gesto lo dice todo.
-Que -refunfuño. Me espero la reprimenda. Es como Sarah. Se llevarían bien, la verdad.
-¿Que ocurre con los vampiros?
-Nada.
-¿Cómo nada?
-No me gustan. Eso es todo.
-A mi tampoco, pero no me pongo blanca como la cal y salgo huyendo cuando alguno entra en mi establecimiento.
Un silencio. Jugueteo con un pico de la toalla.
-Esto solo puede significar una cosa.
Alzo la cabeza vivamente. El gesto fruncido de Meg lo dice todo, es que me espero cualquier cosa.
-¿Cómo? -jadeo.
-¿Que te hicieron? ¿Alguno de ellos...?
Parpadeo sin entender. Luego una idea atraviesa mi cerebro de lado a lado y me relajo un tanto: ella cree que me han violado.
-No es eso, Meg -le respondo, dejando la toalla en su sitio.- Son otras razones.
-Pues cuéntamelas.
-No puedo. Es demasiado personal.
Ella parece dolida.
-¿Y no soy, acaso, parte de tu familia? ¿Personal?
Sosteniendo su rostro entre mis manos, apoyo mi frente en la suya.
-Vamos, Meg... eres como una hermana, casi una madre... mi familia como bien has dicho. Por eso no puedo contártelo.
-¿Pero porqué? Te podemos ayudar.
-Precisamente se trata de eso, de protegeros yo a vosotros... no puedo poneros en peligro.
-Pero en peligro, ¿porqué? -y su voz empieza a sonar asustada.
"Porque no quiero que el os encuentre", pienso, pero mi voz se encuentra diciendo:
-Es mejor así.
-Me estás asustando.
-Lo sé, y no quiero.
-¿Lo sabes?
Abro mis ojos y la miro profundamente. Mis manos aún sujetan su rostro.
-Si quieres, me voy ahora mismo -murmuro.- Solo si lo quieres... empaco mis cosas y me voy.
-No quiero que te vayas -sus ojos se abren desmesuradamente.- ¿Sigues sin comprender el concepto "familia"? Acabamos de hablar de ello hace medio segundo.
-Pues entonces no me hagas más preguntas.
Un silencio incómodo reina entre nosotras. Sujetándome ambas muñecas, ella me separa de si misma y luego suspira con frustración.
-Está bien: no más preguntas. Pero tienes que prometerme algo.
-¿Qué? -contesto con un hilo de voz.
-Si algo ocurre en cualquier momento, en cualquier instante, de la naturaleza que sea, tienes que avisarme. Con tiempo suficiente para poder esconderte, salvarte o sacarte de este sitio tan rápido como se chasquean los dedos.
-Te lo prometo -susurro, y la emoción hace que mis ojos se llenen de lágrimas.
Ella me contempla un segundo y me abraza fuertemente.
-Te quiero.. mucho -me dice, y ahora es la emoción la que la embarga a ella.- Lo sabes, ¿verdad?
Asiento en en silencio.
-Nada podrá con esto -contesta Meg.
Otro silencio. Estoy demasiado tensa para pensar en nada que no sea su salvación y la del resto de mi familia.







La mujer que se sienta en la esquina con un ardiente cabello rojo es vampira y no por deseo propio. La que se sienta enfrente suyo es bruja, reconocida, pero humana... dos curiosos bichos raros coexistiendo al mismo tiempo en un mundo que gira vertiginosamente alrededor de ellas sin parar un segundo a que se replanteen el porqué de su existencia. Viven, sin más.
La vampira se llama Sunshine (divertido nombre para un vampiro, "Sol Brillante"...), y la bruja se llama Rebba. Y ahora mismo tienen un estimulante y curioso debate.
-Y yo te digo que no.
La vampira es elegante, suave, fluida... bella hasta decir basta. La humana es ardiente, plasional, sanguínea... llena de fuerza y de vida. Los ojos de la vampira son dos pedazos de hielo color aguamarina, desvaídos y sin fuerza, mientras que los de la bruja son color chocolate espeso, llenos de pasión y hasta grumos... ambas, muerta y no-muerta, son un fabuloso ejemplar de mujeres.
-Y yo te digo que si.
-Testaruda.
-Intransigente.
-Nunca darás tu brazo a torcer, ¿verdad?
-Antes muerta. Tu tampoco, ¿verdad?
-Antes cortada a tiras y expuesta al sol.
Se miran. Se retan. Se sonríen, la vieja amistad es entre ellas un aliciente más que un inconveniente a la hora de discutir. Muchas veces son escuchadas pues sus tertulias se convierten en tema de debate generalizado en el "Rose". Les gusta pelearse verbalmente, a ver cual de ellas llega a más. Es como si fueran una banda de raperos peleandose en pleno Detroit.
-Yo digo que es mejor a los cuarenta.
-Eso es porque los tienes, Rebb -la vampira arquea una ceja burlonamente.- No porqué los creas.
-Tu tienes más que yo, perra.
-Si, pero técnicamente lo mío no cuenta.
Carcajadas. El local entero ya está pendiente de ellas. Yo me reclino contra la barra, sujetando la bandeja de metal contra mi cuerpo. En este momento toda actividad que no sean ellas cesa en el "Rose": cuando una de las dos gana la perdedora invita a una ronda completa de cervezas. Fred ya está con la mano en el grifo mientras Megan prepara las jarras: esta noche, el local está a reventar.
Son estos momentos los que me hacen ser feliz; los que me hacen que olvide a Eric y toda la mierda que le rodea, y los que me hacen pensar que puedo tener un futuro antes de que él me encuentre y me despedace. No dudo que lo haría; pero aquí escondida, a salvo con mi familia, a salvo de el... sus ojos... su boca... su cuerpo...
Incómoda, me remuevo contra la barra sin dejar de mirar a las dos mujeres, que ya están enzarzadas en un auténtico ingenio verbal. Si sigo pensando así en el, me encontrará. Sabrá donde estoy. Sabrá donde hallarme. Vendrá a la velocidad de un rayo y me poseerá, mente, alma, cuerpo, corazón.
Y luego se me comerá y se limpiará mis restos de entre sus dientes...
Joder, ya basta, Sue. Basta, por el amor de Dios.
Finalmente gana Sunshine por un aplastante tres a cero (tres respuestas ingeniosas contra tres que no lo han sido en absoluto) y Rebba levanta las manos riendo, en acto de rendición. Sunshine aplaude, a carcajada limpia, mientras Rebba se acerca a la barra para pagar lo que debe.
-¿Cuanto es esta noche, Megan? -dice con su voz cantarina.
Megan alza el chupito de Jack Daniels hacia el frente y luego se lo bebe de un tirón a su salud.
-Ciento setenta pavos, Rebb.
La bruja se lleva una mano al pecho.
-¡Jesús!, -gime de modo patético al tiempo que sigue riendo, y el local entero la acompaña.-, esta zorra va a matarme un día.
-¡Eso, o acabará con tus ahorros, Rebb! -grita alguien anónimo desde el fondo del local, y todos estallan en más risas.
Mientras Rebba paga, Fred y una de las camareras fijas empiezan a repartir las cervezas por el salón. Es en ese momento cuando entra en escena "el tercero en discordia".
Le llaman así porque es de las dos. Literalmente. Josh es un hombre increíblemente atractivo, moreno y duro, muy del estilo del morenazo de los anuncios de Cool Water... viste bien porque las chicas le mantienen. A cambio, el les da ración extra de sexo fuerte y salvaje a las dos... y la verdad es que se los ve perfectos en su "matrimonio-triple". En algún momento después de conocerlos, todo el mundo se pregunta que tan bien se llevan ellas dos...
-Mis chicas -dice con su voz grave y profunda, y extiende los brazos en toda su extensión.
Ellas se refugian en su pecho, riendo alegremente. Una ola de frustrada envidia se extiende por todo el personal femenino... empiezo a reir, retomo la bandeja y me acerco a ellos. Josh se ha sentado ya entre sus mujeres.
-¿Cerveza esta noche, Josh? -le pregunto.
El me mira fijamente, sus ojos color café oscuro son increíblemente profundos y llenos de vida... pero por alguna razón no me siento atraída por el. No siento una pulsación inquieta en las venas, ni siquiera un revoloteo en la sangre... este no es él.
Ni nadie, en realidad, es él. Por mucho que intente no verlo.
Forzando a mantener los ojos en su sitio correcto y de ese modo, así, no transformar los ojos de Josh en los de Eric (bueno, señoras, seamos sinceras: ni sus ojos, ni su rostro, ni sus cejas, ni su boca... ni su sonrisa torcida...) y les ofrezco la mejor de mis sonrisas. El matrimonio-trío me cae bien. Siempre lo ha hecho.
-¿Algo especial, chicos?
Mientras ellos empiezan a hablar y yo apunto el pedido, un puño angustioso se cierra sobre mi estómago. Esta noche Eric está particularmente insistente: le puedo sentir incluso con esta distancia. Deben haber pasado los tres meses ampliamente, acercandome a la peligrosa periferia de los cuatro, y esto es mucho tiempo para el Sheriff del Area 5.
Demasiado... diría yo...
He podido sentirle casi con total plenitud: debe estar planeando una y mil formas de matarme. O, en su defecto, de hacérmelo pagar caro. Que para el caso, señoras, es realmente lo mismo... su sangre en mi está más revolucionada que nunca y hace que me sienta nerviosa y me pique la piel. Como si estuviera a punto de pillar una gripe de las buenas.
Hombre, no.. esto es agotador.
Cierro los ojos camino de la barra. Veo millones de estrellitas titilando tras mis párpados. Su sangre sigue insistiendo, sigue tirando de mi... dejo la bandeja sobre la barra con cierta brusquedad. Fred me mira intensamente.
-¿Te encuentras bien? Estás pálida.
-Estoy cansada, debe ser el síndrome premenstrual... -susurro, agotada en realidad.
Fred me sonríe, comprensivo. Sabe que mis reglas son abundantes, desiguales y terriblemente dolorosas. Se siente muy paternal conmigo cuando ocurren.
-¿Porqué no tomas algo para que se te pasen los calambres? -me dice.
Le sonrío débilmente.
-Voy a que me de un poco el aire, ¿vale? Necesito respirar un poquito de aire fresco.
El asiente en silencio, mientras yo me deslizo hacia afuera. La oscuridad envuelve todo lo que me rodea, y el "Rose" parece suspendido grácilmente sobre la nada blanco y brillante.
Miro hacia la oscuridad, al interior del bosque.
Hay algo extraño ahí afuera, algo que hace que me abrace a mi misma sin poder evitarlo... todo está aparentemente silencioso y en calma, pero un rumor hace que parpadee y de un paso más hacia la oscuridad. Juraría que ahí hay alguien.
-¿Quien eres? -exclamo. El viento se lleva mi voz, susurrando con mis palabras y arremolinandolas en el aire hasta dispersarlas... otro paso.- ¿Estás ahí?
Nada. Silencio. Pero la ominosa presencia sigue.
-¿Eric...? -susurro, turbada.- ¿Eres tú...?
El soplo de mi voz muere del todo cuando la presencia realmente se vuelve intensa, física y tan peligrosa como la misma muerte. Se muestra como una sensación asfixiante y llena de violencia.
No se si es Eric, pero maldito si quiero saberlo.
Rápidamente me meto en el "Rose" sin mirar atrás.








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